Cogió el coche y huyó sin ningún rumbo fijo
Porque aquello era una huida
Veinte o doscientos kilómetros
Pulmones contraídos. Boqueando como un pez sin agua
Manos apretando fuertemente el volante. Nudillos blancos por la fuerza. Dolor en brazo izquierdo, en el pecho
No puede respirar
Ella sabe que es una crisis de ansiedad
Lágrimas, muchas lágrimas. Ojos bien abiertos
De esta no se morirá, a menos que apriete demasiado el acelerador o se salga de la carretera
Se le pasa por la cabeza
Sigue. No vuelvas allí
Nada de lo que dejas atrás lo necesitas para vivir
Sigue. Puedes empezar donde quieras. No vuelvas
La situación no va a cambiar
Los gritos. Los gestos despectivos. Las palabras hirientes
Duelen, duelen mucho más que un ataque de ansiedad
¿Cómo ha podido llegar hasta esa situación?
¿Cómo no supo atajarla antes?
Hablar. Reconducir su vida
Pero se acabaron las palabras. Empezaron los reproches. Siguieron los silencios
El amor hace mucho que se convirtió en odio. Aunque el odio también había desaparecido para dar paso a una profunda amargura
Sin darse cuenta. Casi sin darse cuenta
No sabe cómo enmendar los errores de esa relación
Así que ahora huye
La indiferencia le puede. No es el primer ataque de ansiedad. Pero está vez, no quiere que él la vea
No quiere ver su mirada de fastidio, su despreocupación
Y sobre todo no quiere que piense que lo hace por chantaje
Necesita estar sola. Necesita sentir su propio silencio y no el que él le impone en su propia casa
Sólo tiene que hacer kilómetros. Calamarse. Dejar pasar asfalto y kilómetros
Y tiempo. Sola. Necesita tiempo a solas
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