La voz casi quebrada al despedirse de ella, los ojos brillantes con alguna lágrima en el rabillo del ojo
Ella no podía hacer nada. Todas los brazos eran necesarios para salir de la miseria que los roía
Ella le confesó que le quitaba comida a sus hermanas, a la abuela, a ella misma, para que él pudiera comer mejor, era lo único en lo que podía aliviarlo
Su madre tenía buena mano en la cocina
Sus platos parecían pequeños milagros, era imposible hacer comidas tan ricas con tan pocos alimentos
Aquella caldereta, eso si que era un milagro
Un auténtico milagro que sólo se repetía una vez al año, el momento de la matanza
Cuando tuvo la oportunidad de cambiar de vida no lo hizo
Los malos momentos quedaron atrás y ahora sólo disfrutaba de las cosas buenas que le ofrecía el vivir permanentemente al aire libre
En días con niebla, aún podía ver a su madre subiendo por el camino, con su pañuelo negro al cuello y un hatillo en el brazo, casi corriendo, con la vista puesta en el camino para no caer y una sonrisa dibujada en su cara cuando ya veía a su hijo
Tenía siete años
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