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jueves, 2 de noviembre de 2017

REFUGIO

En su casa siempre habían respetado rigurosamente los preceptos de la iglesia

Así que cuando llegaba la semana santa en la casa se imponía un ambiente lúgubre de ritos, horas interminables de misa, procesiones y toda la parafernalia que acompañaba a la ocasión

En casa vivía una tía soltera

Ella era la única que no se vestía de negro, que no pisaba la iglesia ni en semana santa ni en ninguna otra ocasión, que no se paseaba por toda la casa con un rosario entre las manos

La tía era la cocinera de la familia. La cocina era su reino

El lugar en que se refugiaba de aquella atmósfera asfixiante

Eso pensaba yo cuando era pequeño y seguía pensándolo ahora que la tía rondaba los ochenta años y yo...

Bueno, yo ya hace mucho que pasé la adolescencia

Por las vueltas que da la vida, aún somos muchos en casa

Mis padres, mi tía la viuda, mi tia la soltera, mi hermana recién divorciada y sus dos hijos adolescentes y yo

De la misma manera en que mi tía se escondía en la cocina, para mi era mi tabla de salvación

Ella, mi tía, me salvaba de los mayores, de sus normas imposibles para un niño, del eterno gris y negro que se había instalado en casa desde mucho antes que yo naciera

Pero esa salvación pasaba por estar con ella en la cocina durante horas

Nunca me importó

Aún hoy es mi refugio, mi oasis de paz

Entro, cierro la puerta, los ruidos se atenúan

Ella, sin girarse, empieza a pedirme cosas: alcánzame una cebolla, echa un poco más de sal aquí, baja el fuego y tapa la olla, vamos a dejar reposar esto mientras pelamos unas patatas, cómo te va todo hijo, no las cortes tan gordas y cáscalas

Y mi mundo vuelve a tener color, los colores del delantal de mi tía

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