A la edad que tenía él lo peor no era comer chocolate, no señor
Lo peor era tener que esconderse para hacerlo
Su médico se lo tenía prohibido y por lo tanto su mujer se lo tenía prohibido
Sus hijos también lo controlaban
Lo que nadie sabía era que las veces que su mujer le mandaba al colmado a comprar él se agenciaba con una tableta de chocolate con leche, se la escondía debajo de la chaqueta
Daba gracias a que en esa tienda aún seguían haciendo la cuenta de la vieja y no se reflejaba lo que había comprado
Por si acaso, nada más salir de la tienda, tiraba el ticket en la primera papelera que encontraba
¡Una cosa resuelta!
Ahora solo faltaba buscar un buen escondrijo
Eso era cada vez más difícil.
No sabía si su mujer sospechaba pero a veces ella lo miraba con los ojos medio entornados y entonces a él le entraba una carraspera, una de esas como de culpabilidad, de las que no pasa la saliva hacía abajo
Había renunciado al tabaco, a la sal, a las grasas, al café con leche, al poco alcohol que tomaba, a los dulces y a otra infinidad de cosas que ya no podía hacer por su edad
Cuando decidió que no iba a renunciar a ese pequeño placer por nada del mundo, su mujer le había encontrado alguna que otra tableta de chocolate escondidas en sitios imposibles de justificar
Eso ya no ocurría
En su butaca, entre el brazo y el cojín. En la caja de herramientas. la que ella nunca abría
Dentro de una gorra, en el armario de la ropa
Y últimamente, su preferido, en la guantera del coche que tenía en el garaje
Cada día liado con el coche, hijo, le vas a quitar el color de tanto limpiarlo. ¿Porqué no se lo das a uno de tus nietos, si sabes que te dijo el médico que ya no puedes conducir? ¿Dónde crees que vas a ir, a tu edad? ¡Menudo tormento tengo contigo!
Pero él sabía donde iba
Iba a por su trocito de placer
Ese pequeño cuadrado de placer con el que soñaba cada día nada más poner los pies fuera de la cama
Su pequeña dulce venganza contra el mundo que le prohibía cosas como si fuera de nuevo un niño
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