Desde que era bien pequeño su abuela era la encargada de ocuparse de él de lunes a viernes y hasta las cinco de la tarde
Su abuela siempre le hacía los platos más rico que jamás probó
Siempre acertaba
Nunca le decía lo que tenía pensado para el día siguiente
Y desde que tenía uso de razón, él sabía que no tenía que preguntarlo, no era necesario
No recordaba ni una sola vez en que dejara comida en el plato, ni un solo día en que lo que le hiciera su abuela no fuera de su agrado
Su madre siempre llamaba a casa de la abuela y la oía preguntar: ¿Qué ha comido hoy el niño?
Se quedaba callada, esperando la respuesta al otro lado del teléfono y luego comenzaba una retahíla de órdenes sobre platos equilibrados, comida sana, los caprichos del niño y un largo etcétera de sabiduría maternal
Para terminar el monólogo, su madre le decía a su abuela: ¡para mañana hazle un poco de verdura o de pescado!
Esto se repitió durante años y él asistía callado a esas conversaciones, sin intervenir
Se imaginaba a su abuela asintiendo, con los ojos hacia arriba, como implorando al cielo, como diciendo "Dios santo, dame paciencia"
Pero él sabía que lo que decía con palabras era: "Claro que si, hija" "Mañana le preparo unas verduritas y unos trozos de merluza" "No te preocupes, hija"
Frases cortas y monosílabos que conseguía colar entre el torrente verbal de su madre
Cuando llegaba con su abuela a su casa, le llegaba el olor de los potajes, a ajo, a cebolla, a pimentón...
Y el sonreía y miraba a su abuela
Ella también sonreía con los ojos, con los labios
Sonreían
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