El sonido de su infancia había sido el tintinear de los bolillos al caer la tarde
Las primeras palabras oídas a las mujeres de su familia picao y deshilao
Desde bien niña ya sabía distinguir al tacto de sus pequeños dedos entre un tergal, una loneta y entre lino y algodón
Hilos moulinés, perlé fino
Se había dormido cientos de noches con el sonido de la cháchara de su abuela, su madre y sus tías, sentadas en la puerta de la casa, entretejiendo infinidad de hilos
Las cigarras acompasaban el chirriar de sus patas con el entrechocar de los carretes
Bordadoras y encajeras, a eso se dedicaban las mujeres en su pueblo
Por San Blas, las cigüeñas volvían a ocupar su lugar en la torre más alta
El ciclo volvía repetirse
Cuando llegó a la gran ciudad, solo ella conocía aquellas palabras
Con el tiempo dejó de decirlas en voz alta para hacerlas resonar solamente en su cabeza
Las guardaba como auténticos tesoros para que no se le escaparan y no volvieran
Ella no había aprendido el oficio pero en sus sueños bordaba colchas de dibujos infinitos como lo hacía su abuela, su madre y sus tías
Ajuares enteros para las mozas casaderas de los pueblos vecinos
Cada noche, creaba obras de arte con sus manos. Solo tenía que cerrar los ojos y comenzaba a oír el tintinear de los bolillos de nuevo y así se dormía
Como lo hacía de pequeña cuando adoraba meterse entre las sábanas bordadas por su abuela, en aquella cama enorme que compartía con su hermana
Prefiere no volver al pueblo
Aquel sonido hipnotizador solo está en su cabeza, la cigüeña emigró e hizo su nido en la torre más alta de otro pueblo
Su abuela, su madre y sus tías ya no la acompañan en las tardes de verano a la puerta de su casa
Las cigarras son las únicas que aún acompasan el chirriar de sus patas con la música que ella tiene solamente en su cabeza
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