Con quince años un psiquiatra le dijo: no te preocupes, la normalidad no siempre es buena
Durante meses lo fue gritando a todo el mundo: a sus padres, a sus profesores, a sus compañeros de clase
Luego se dio cuenta que él quería ser normal
No quería tener "aquello" dentro de él. "Aquello", como lo llamaba su madre
Recordaba haberlo sentido siempre.
Algo en su cabeza que le impedía pensar con claridad, le cambiaba el humor cuando menos se lo esperaba, le hacía sentirse triste o eufórico sin término medio, violento con los que tuviera a su alrededor o excesivamente cariñoso
Al principio le llamaron un niño movido, le costaba concentrarse, estarse quieto. Se le pasará
No se le había pasado a pesar de la decena larga de médicos que había visitado
Todos con sus pruebas, con sus diagnósticos
Ahora era bipolar, esquizofrénico y no sabía cuántos términos psiquiátricos más
La medicación, la maldita medicación, era lo único que lo mantenía a raya pero entonces una nube gris se le posaba encima de su cabeza y no podía sentir
Cuando dejaba la medicación al menos de vez en cuando reía, hablaba, comía, aunque eso duraba poco
Su padre hacía tiempo que había abandonado esa lucha y se había marchado lejos, sus hermanos ya no lo aguantaban, solo venían a casa en momentos de crisis y no era por él, sino para ayudar a su madre a contenerlo
Había intentado marcharse muchas veces, pero por lo visto no lo había hecho con ganas o había tenido demasiada suerte, decían
A eso le llamaban suerte, a quedarte cuando te quieres ir, a vivir cuando quieres morir, a seguir cuando ya no tienes fuerzas
A seguir viendo los ojos de tu madre hundidos por la pena y el miedo, por el miedo y la pena
Pastillas, cortes, lo había intentado casi todo
Aunque sabía que debía ir más allá, intentarlo con más fuerza, con más ganas
Cuántas veces había oído, estando en el hospital, una conversación que no debía oír: si quisiera morirse de verdad no estaría aquí. Hasta que le salga bien. La próxima vez igual no tiene tanta suerte
¿Suerte?
¿Suerte de no tener amigos, de ir como un zombi por la vida, de querer pegar, gritar, dormir y nada más?
¿Suerte de pegarle a tu propia madre? ¿Suerte de no entender este mundo, de no estar preparado para vivir en él?
Cada vez disfrutaba menos de la vida
La sonrisa de su madre que siempre lo cobijaba era lo único bueno que tenía pero veía tanto miedo en ella, y lo entendía
Cuando veía a su madre en la cocina haciendo la tarta que más le gustaba, sabía que algo grave había ocurrido, de nuevo
Eso no había cambiado
Para su madre esa tarta era para su niño. Ese que hubiera querido tener entre sus brazos sin forcejear con él, sin arañazos, sin golpes, su niño dulce. Ese al que no quería ver sufrir, con los ojos vidriosos por las pastillas, al que no quería verle los cortes en los brazos
Para él, comerse un trozo de esa tarta era pedirle perdón a su madre
Con un trozo de tarta de su madre era el niño que nunca había sido, era todo lo que no había podido ser
Y el día que lo intentó con más fuerzas y con más ganas, se asomó a aquella ventana con el olor de esa tarta en su nariz
Una sonrisa asomó a sus labios porque al menos no se había ido sin probarla
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