De vuelta de la playa siempre nos parábamos en un bosquecillo para comer toda la comida que los adultos habían cocinado
Era un ritual. Siempre era igual
Sacaban unas mesas que se plegaban a conjunto con unas sillas
Las mesas desaparecían de inmediato cubiertas de tápers llenos de comida: tortilla, carne rebozada, ensaladilla rusa, ensalada de pasta, botellas de refrescos, cubiertos de plástico...
Siempre era la misma comida pero, nosotros los pequeños, la esperábamos como maná caído del cielo
Los niños que en su día a día comían poco, aquel día comían lo de toda una semana
Los que comíamos siempre con apetito, no necesitábamos ningún acicate para probarlo todo
Con nuestras manos y cuerpecillos todavía con sal, por mucho que antes de subir a los coches los adultos nos lavaran y sacudieran a consciencia para no dejar los coches llenos de arena
Cuando el frenesí de la comida pasaba, algún que otro adulto se desperdigaba por aquel bosque y cada uno elegía el mejor árbol para echarse una buena siesta
Las conversaciones se atenuaban
Los adultos se contaban sus vidas sin alzar apenas la voz, los niños no debían escuchar las historias de sus casas
Otro ritual
Los niños más pequeños caían rendido casi de inmediato por mucho que quisieran jugar con los de más edad
Y de repente, tal como había empezado todo se acababa
Todo el mundo empezaba a recoger
Unas mujeres vestían a sus hijos, otras recogían los restos de comida, algunos hombres guardaban mesas y sillas
Nos montábamos en el coche de nuestros padres hasta el próximo domingo de playa
Para nuestros padres el camino se hacía largo y pesado
Para los niños el viaje era un suspiro, todos nos quedábamos dormidos hasta llegar a casa
Otro ritual
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