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jueves, 2 de noviembre de 2017

LA PROMESA

Cuando se jubiló se hizo una promesa a si mismo: le iba a devolver a su mujer todas las horas que ella había pasado en la cocina, cocinando para él

Sus hijos se rieron, ella se rió

Pero era un hombre de palabra

Los primeros días se dedicó a inspeccionar cada rincón de la cocina. Si quería hacer las cosas bien debía conocer cada cacharro que le pudiera ser útil y no quería estar preguntándole todo a ella. Se había hecho una promesa

Los días siguientes pasó a revisar la despensa: bien surtida de legumbres, patatas, condimentos de todo tipo, pasta de todos los tamaños y formas, cebollas... Perfecto

Después se sentó con un cuaderno y un bolígrafo dispuesto a recordar cada plato favorito de su mujer, cada comentario que ella hubiera echo hablando de comida: en casa, en restaurantes, en casa de sus hijos

La promesa no solo devolverle las horas que ella le había dedicado para cuidarlo sino hacerlo con lo que a ella más le pudiera gustar

Ya había pasado una semana y ella estaba expectante

Con una media sonrisa entre escéptica y de puro amor

Ya se cansaría

Mientras ella seguía dueña de su cocina, entrando y saliendo, cocinando como siempre lo había hecho

Él pasó al siguiente paso: recopilar recetas

Compraba libros y revista de cocina, hizo que sus hijos le enseñaran a navegar por internet, a guardarlo todo en archivos, a buscar por ingredientes, a seguir los blogs que más le gustaban

Descubrió todo un mundo nuevo para él. Ahora entendía porqué la gente se pasa horas y horas con el móvil en la mano, sin hablar entre ellos, distraídos

Pero eso no le hizo olvidar sus objetivos

Y por fin un día ocurrió

Ella había ido a llevar a sus nietos al colegio. A la vuelta, encontró a su marido en la cocina

Atrincherado en la cocina, mejor dicho

Ella empezó a renegar: pero que te ha dado, hombre. No ves que luego seré yo la que tenga que limpiar todo el desastre que formes. Este hombre no está bien de la cabeza. Menuda jubilación me espera

A partir de ese día la rutina de la casa cambió

Cambió como no había cambiado en cuarenta años

Bien temprano, iban juntos al mercado del barrio

Él escogía las verduras, las carnes o el pescado

Al volver a casa, él colocaba toda la compra en los armarios y se preparaba

Delantal puesto, trapo de cocina colgando de la cinturilla del delantal, cazuelas elegidas, todo cortado y pesado

No dejaba nada al azar

No podía hacer eso.

No lo podía hacer porque sabía que en el momento en que ella lo viera perdido, intervendría

Y él se había hecho una promesa

Mamá, no te preocupes, si se cansará enseguida. Decían los hijos

No sé yo, demasiado le está durando esta tontería, Decía ella

Los hijos cada vez escuchaban menos quejas de ellas. La veían sonreír

Cuando le sacaban el tema, ella se sonrojaba un poco y en voz baja para que su marido no la oyera desde la cocina decía: ayer me preparó un arroz....ay, hija, no te puedes imaginar lo rico que estaba y eso de comer a mesa puesta...

Ella ya no tenía nunca prisa

Ahora disfrutaba de la peluquería, del café con sus amigas, de las compras con sus hijos, del parque con sus nietos, sin pensar en la hora de la comida, en lo que prepararía, en que llegaba tarde a todos lados, siempre corriendo, siempre cargada con bolsas, sin saber qué hacer para comer al día siguiente

Ella era la auténtica jubilada

Él, el marido que se había hecho una promesa

Receta relacionada AQUÍ





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